lunes, 23 de diciembre de 2013

Entre poesía y Patria



Pequeña estatura, complexión delgada, cabellos claros y ojos azules. Podría decirse casi que nació con el nuevo siglo, el 20 de diciembre de 1899, En Alquízar, hoy provincia de Artemisa, y de veras fue un hombre de su tiempo, que marcó momentos e hizo historia, aun cuando su salud no le acompañaba. Decir entrañable amigo, poeta del amor y de la Patria, intelectual cubano y joven revolucionario y antiimperialista, es evocar inevitablemente su nombre, porque Rubén Martínez Villena, en poco más de treinta años de vida, dejó huellas imborrables y un ejemplo imperecedero.

Al niño que nació poeta cuentan que Gómez le presagió una vida con luz plena de mediodía. No se equivocaba El Generalísimo de las luchas por la independencia, pues la existencia de Villena siempre estuvo llena de luz: una llama aún más poderosa que la fuerte sombra de una enfermedad mortal.
Hacía versos de amor con un encanto inexplicable, y prosa para importantes publicaciones de la época. Su pluma encendida enamoraba, convencía, hablaba de la Patria, de la vida, de la amistad y las relaciones humanas, y criticaba la realidad de entonces, incluso desde la sátira.
Palabra y acción en él siempre fueron de la mano. Le tocó pertenecer a una generación de jóvenes de vanguardia, que no estaban dispuestos a tolerar la oleada de gobernantes títeres y corruptos. Supo imponer su voz y denunciar públicamente el negocio sucio de la compraventa del Convento de Santa Clara, suceso que recoge la historia como Protesta de los Trece, del que fue protagonista. Y en defensa de su amigo Julio Antonio Mella llamó a Gerardo Machado «asno con garras».
Aunque realizó estudios universitarios de Derecho y Ciencias y Letras prefirió consagrar su vida a la lucha, del lado de los obreros, de las clases más humildes y explotadas. Fundó con Carlos Baliño el Partido Revolucionario Cubano, y participó en organizaciones patrióticas y antiimperialistas, así como en eventos y manifestaciones contra los gobernantes corruptos y entreguistas.
La salud nunca le acompañó, y quizás en versos hasta presagió su muerte, cuando anunció morir prosaicamente, de cualquier cosa, « (…) ¿el estómago, el hígado, la garganta, ¡el pulmón!? (…)». Y fue precisamente la tuberculosis pulmonar la afección que le acompañó durante los últimos días de su vida y que finalmente acabó con esta. Pero nunca fue un impedimento para bajar los brazos y no luchar. Rubén se sabía enfermo, y fue a la Unión Soviética para intentar curarse, pero la preocupación por Cuba y el saber irreversible su enfermedad le hicieron regresar.
En carta a su esposa Asela Jiménez escribió: «Mi último dolor no es el de dejar la vida, sino dejarla de modo tan inútil para la Revolución y el Partido (…) ¡Hay que estudiar, hay que combatir alegremente por la Revolución, pase lo que pase, caiga quien caiga! ¡No lágrimas! ¡A la lucha!»
Sus últimos días fueron por Cuba: se había propuesto hacer todo lo posible por derrocar al tirano y con tal propósito organizó y dirigió la huelga de agosto de 1933 que puso fin a Machado. Violando consejos médicos estuvo cuando llegaron las cenizas de su entrañable amigo Mella, y participó en los proyectos para el IV Congreso Nacional Obrero de Unidad Sindical, hasta que en diciembre de ese año, fue recluido en el Sanatorio La Esperanza.
El 16 de enero de 1934 sus ojos se cerraron, pero la luz de mediodía que le acompañó en su vida siguió irradiando, alumbrando el camino de Cuba, inspirando a las nuevas generaciones.
De su pensamiento y acción se nutrieron muchos de los revolucionarios que después, en la Sierra Maestra, limpiaron la costra tenaz del coloniaje, extirparon el Apéndice de la Constitución, cumplieron el sueño de mármol de Martí, y finalmente lograron que los hijos de Cuba no mendigaran de hinojos la Patria que los grandes como él, nos ganaron de pie.




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