Tras las
huellas de la historia
La historia convoca, incita a revivir momentos, a
desandar caminos trazados por héroes. Eso fuimos a hacer a Santiago de Cuba, a
recorrer parte de la historia noble y sagrada de nuestro pueblo, a conquistar
esas mismas nubes y esas mismas sierras otrora testigos de las hazañas de los
rebeldes.
Desde el Mausoleo a los Mártires de Artemisa partimos
25, entre jóvenes y no tanto. Pocos se conocían, pero desde la salida ya éramos
como hermanos, teníamos la misión de cuidar uno del otro, como aquellos
artemiseños que partieron el 24 de julio de 1953 hacia Santiago para asaltar el
Moncada y saltar a la gloria.
No por casualidad esa fortaleza militar fue nuestro
primer destino en Santiago, nuestra manera de recordar esa sangre artemiseña
brillando en la Bandera. Después,
el Cementerio Santa Ifigenia, celador de los restos del Apóstol, de Céspedes,
de los moncadistas… y de tantos otros caídos en defensa de la libertad.
Solo tres teníamos la experiencia de haber escalado
el Pico más alto de Cuba y la idea incitaba a los novatos, a pesar de saber el
camino difícil.
Primero vino el viaje en tren, el reconocimiento del
terreno, las primeras conversaciones entre el grupo, después los chistes, la
confianza, la jocosidad con Odalis la ferromoza y un andar en tierras casi
desconocidas.
De todos hay anécdotas, cada personaje marcó en el
grupo. Barrios, por ejemplo, parecía callado. El guía base de la Escuela Jesús Martínez, de San
Cristóbal, no habló ni media palabra en el tren. Pasó 14 horas cocinando un
chiste para no hacerlo, pero se pegó al final, y de qué manera, casi tuvimos
que mandarlo a callar.
Kike, nuestro guía parecía no saber de cansancio, al
punto que cansaba. A cada paso agitaba al grupo, alentaba a seguir, a no
abandonar la marcha bajo ningún concepto. A su lado otros velaban por el
aseguramiento de toda la tropa y ponían una dosis elevada de humor a la sazón
del viaje.
Ivelisse, la pequeñita del grupo fue la niña mimada,
una de las primeras en llegar a la cima, cámara en mano todo el tiempo, como
quien no quiere perder un solo detalle.
Y qué decir de Ángel Luis, nuestro médico, fue el
único enfermo de la delegación, y se aplicó a sí mismo sus conocimientos como
galeno.
No nos faltó tampoco un profe. En funciones de
historiador, Gustavo, nuestro viejito, dio muestras de vigor a la juventud al
llegar en la avanzada al lado de la estatua del Apóstol, a 1974 metros sobre el
nivel del mar.
Un tiempo desfavorable, con una lluvia fuerte,
impidió a los más retrasados llegar a la cima. Un aguacero sobre las 11 de la
mañana imposibilitó a tres damas, ya en la cima del Pico Cuba, continuar la
marcha. Los caballeros, un poquito más dispuestos y arriesgados, emprendieron
bajo agua y frío los difíciles 1500 metros que separan a esta elevación, la
segunda mayor de Cuba, del Pico Turquino.
Fueron … los valientes de la cima, los que abrazaron
a Martí en nombre de toda la tropa. Allí, junto a las nubes, con la Sierra a sus pies dejaron
una huella de Artemisa junto al Apóstol.
Casi como otro Turquino fue el regreso. Cuatro horas
en camión, bajo un aguacero torrencial fueron el colofón del viaje. Pasaditos
por agua llegamos para ver la derrota de Santiago en los predios del Guillermón
Moncada, a manos de nuestros hermanos de Mayabeque. Después, otro tren de
regreso con un retraso de dos horas alargó nuestra estancia casi para placer de
todos. Aún no queríamos regresar.
Del viaje lo recordaremos todo, los amigos de Ciego
de Ávila, unidos a la delegación en el mismo empeño de subir el Turquino, los
brasileños locos que subieron sin zapatos y casi corriendo por esas lomas, los
cuentos macabros del cementerio colindante al campismo la Mula, los guías con sus
matemáticas absurdas que dicen que diez y medio y diez y medio son 22, y ponen
cerquitica un río a más de cuatro kilómetros caminando entre las piedras.
Pero lo más importante fue la experiencia. Sentir a
cada paso el dolor en las piernas, el cansancio, la fatiga, la escasez de agua,
fue nuestra manera de acercarnos al rebelde y valorarlo como nunca antes lo
habíamos hecho. Llegar a la cima de Cuba fue más que el simple hecho de llegar,
fue demostrarnos a nosotros mismos cuánto es capaz de hacer el corazón cuando
las fuerzas del cuerpo ya no responden. Fue valorar la mano que nos ayudó a
subir un escalón, al amigo que renunció a su agua por compartirla contigo, fue
la lucha de todos por la supervivencia, por la conquista de una meta.
Al final sentimos la partida, hubiéramos querido
alargar esas jornadas, aprovecharlas, pero apremiaba el regreso. Hoy, cada uno
de nosotros es otro, creo que mejor, no por haber llegado, ni siquiera por
haberlo intentado. Somos mejores porque aprendimos de los mejores y como los
mejores, nos hicimos hermanos en esas lomas. El asma del Che, las heridas en
combate de los rebeldes, el espíritu voluntarioso de Fidel y Raúl… y de tantos
otros, fueron en un momento determinado el agua que faltó, la comida, la cama
que pedía el cuerpo. Si ellos lo hicieron, si ellos triunfaron en esa Sierra,
entonces nada impediría nuestro ascenso.
Genial, simplemente asi. Me encanta este periodismo de nuestos dias, que es diferente y fresco, sin perder el encanto y la objetividad. Sigan asi, por nosotros, los que estamos más lejos de la noticia y de la historia.
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