lunes, 12 de agosto de 2013

Nuestro otro Martí


Manos grandes, estatura inmensa, andar erguido, la frente alta y una forma de hablar que invita a escuchar, a reflexionar. Así es Fidel, ese al que la gran barba no le puede opacar la sonrisa, y que anda por ahí, en todos lados, reparando sueños y corazones rotos, arreglando el mundo.

Nació soñador. En un mundo acomodado prefirió la vida al lado del pobre. Quizás de tanto leer a Martí su ideario se le inyectó en las venas y le impulsó el corazón, o quizás simplemente llegó para ser el otro Apóstol de Cuba, nuestro otro Martí.
Nadie se equivocó con el joven abogado. Quienes le conocieron en la década del 50, lleno de ímpetu y de ideas renovadoras descubrieron al líder, al hombre, al amigo, y le siguieron en cada aventura. El Moncada, el Granma y la Sierra le forjaron como héroe; pero los años posteriores al triunfo revolucionario confirmaron el acero del que está hecho.
Y entonces descubrimos a Fidel en cada tribuna, enfrentando cara a cara a los enemigos de la Revolución; con el pecho ante las balas en Girón; con la palabra audaz en escenarios nacionales e internacionales; en el corte de caña; en cada congreso; en medio de cada huracán, como intentando alejarlo para que no dañara a su pueblo; llevando de la mano a niños y ancianos; repartiendo esperanzas y cumpliendo los sueños de los más desfavorecidos.
Difícil escribir de quien no precisa alabanzas para ser grande, porque solamente el mencionar su nombre desata pasiones y ansias revolucionarias. Pero se imponen estas letras, porque sería como pasar por alto el cumpleaños del abuelo, o del amigo, del padre o la madre: algo imperdonable.
Por eso estas palabras, el beso y un compromiso: seguir luchando a tu lado para construir un mundo cada día un poquito mejor. Por suerte, todavía quedamos soñadores. 

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