jueves, 31 de mayo de 2018

Manos solidarias, en el último adiós

De izquierda a derecha: Rafael, Yasmany, David y Pablo
No estaba ahí y ante mis ojos pasan miles de imágenes dolorosas, imposibles de publicar; no estaba ahí y siento un sufrimiento profundo ante tanta muerte, pero ellos sí; se les puede notar dolor en los ojos. Son hombres, fuertes, listos para afrontar situaciones difíciles y mantenerse en pie mientras otros se desploman; al menos eso les enseñan, pero en sus rostros se percibe el deseo de no haber sido testigos de una tragedia así.
Sobre la una de la tarde del viernes 18 de mayo recibieron una llamada: un avión se había desplomado muy cerca del Aeropuerto Internacional José Martí y hacían falta muchas manos para el rescate y salvamento. En menos de una hora ya estaban cinco miembros del Grupo Especializado de Operaciones y Socorro (GEOS) de la Cruz Roja Provincial en el lugar del suceso.

Por sus propios medios, pues no disponen de un transporte, recorrieron la distancia entre Güira de Melena y Boyeros y se pusieron bajo las órdenes de sus homólogos de la capital cubana para hacer, lo que hiciera falta.
El panorama era desolador: imposible la sobrevida en medio de tanta muerte, pero ellos no estaban ahí solo para salvar; era preciso también rescatar los cadáveres para entregar a los familiares el cuerpo del ser querido, una tarea nada grata pero necesaria, sensible, humana.
Imposible olvidar el cadáver de una madre aferrada a su hija entre los brazos, como queriéndola salvar de la catástrofe inminente; o del hombre sujeto con fuerza a su asiento, el olor a muerte.
David Villarreal Ravelo sobrepasa los sesenta años, y esas imágenes acumuladas durantes las horas de rescate y salvamento después de la tragedia del vuelo DMJ 0972 son muy fuertes, dolorosas.
Este trabajador por cuenta propia, güireño, y uno de los 14 miembros del GEOS en la provincia de Artemisa, nunca había participado en una tragedia semejante, pero la preparación sistemática que reciben, incluso con profesores extranjeros, dijo, les sirvió para afrontar esas horas con entrega y disciplina. Su estatura menor no le hizo amilanarse y hasta la 1:20 de la madrugada se mantuvo en el traslado de unos 40 cuerpos.
“Nos preguntan si no tenemos sentimientos, familia, hijos. Sí, los tenemos, pero en momentos así hay que dar el frente, y hacerlo lo mejor posible”, cuenta Rafael Pérez Garriga, al frente del GEOS y con experiencia en sucesos similares, pues también participó en el rescate de las ocho víctimas del AN 26 que se estrelló el 29 de abril de 2017 en la loma de la Pimienta, en Candelaria.
Con mucha menos experiencia en el trabajo de la Cruz Roja, pero la misma voluntad que une a estos hombres voluntarios y muchas veces anónimos, Yasmany de la Cruz Guerra, de 30 años y trabajador por cuenta propia, dice sentir todavía el dolor de las imágenes: “nunca voy a olvidar esas horas trágicas, ni tampoco la organización, disciplina y seriedad con que trabajamos todos los involucrados, ayudándonos los unos a los otros para, entre el fango y los escombros, sacar a todas las víctimas. Aunque muchos no lo crean, nosotros, al igual que los familiares, también necesitamos ayuda psicológica, porque sentimos, solo que estamos concientes de la importancia de esta tarea y tratamos de hacerlo todo lo mejor posible”.
Junto a ellos tres también estaban sus coterráneos Osmel Castañeda González (carpintero) y Arián Jiménez Blanco (socorrista acuático), ambos vinculados a este movimiento de hombres y mujeres voluntarios dispuestos a cumplir desinteresadamente cualquier misión de rescate y salvamento.
En la provincia de Artemisa, según precisó Pablo Baéz Álvarez, secretario general de la Cruz Roja en el territorio, la cifra de voluntarios alcanza los 1 786. “Reciben cursos básicos, de primeros auxilios, y otros como los miembros de este grupo se preparan con profesores capacitados, incluso extranjeros, sobre cómo enfrentar situaciones de desastre”.
Este grupo, precisa, está en constante crecimiento, pues todo ciudadano mayor de 16 años puede vincularse a la Cruz Roja y recibir la capacitación necesaria.
Aunque su vínculo fundamental es con Salud Pública puede vérseles en escuelas o centros de trabajo, impartiendo Círculos de Interés o charlas especializadas sobre cómo actuar ante cualquier contingencia, o realizando ejercicios teóricos y prácticos durante el Meteoro.
Están ahí, voluntariamente, en momentos en que muy pocos quieren estar. Saben del riesgo, pero no renuncian a una idea, salvar la mayor cantidad de vidas. Eso no fue posible para estos cinco hombres ese fatídico viernes, pero les consuela algo: gracias a su intervención hoy, los cientos de familiares afectados, tienen, en medio del sufrimiento, al menos el cadáver de su ser querido para darle el último adiós.

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