lunes, 28 de mayo de 2018

Mis niños… ¿adultos?

Tomada del sitio http://www.freshlandmag.com/2012/01/29/frieke-janssens-y-sus-ninos-fumadores/
Lo dijeron en la televisión y las alarmas familiares sonaron: niños de entre 12 y 15 años a las 4:00 de la madrugada en una céntrica esquina habanera sin un mayor que los representara. Pero antes de que la periodista, con la seriedad del tema, lo hubiera dicho en televisión, ya muchos adultos nos dolíamos del fenómeno.

Ya los había visto vestidos como personas mayores, con tacones, relojes ostentosos, maquillaje, pelados extravagantes, inmiscuidos en conversaciones con lenguaje de adultos y, peor aún, bailando y repitiendo letras de canciones vulgares.
Los había visto en discotecas y plazas públicas, donde a veces se viola la prohibición de acceso para menores, expuestos al humo del cigarro, a los elevados decibeles musicales, a los efectos del alcohol que incluso pueden adquirir, pues hay niños similares a los mayores por su constitución física.
En fin, los he visto como no quiero verlos, quemando etapas decisivas en la formación de la conducta.
Y he observado con pesar cómo gritan palabrotas cuyo significado a veces hasta desconocen, o se comparten por Zapya materiales no aptos para menores, o adoptan disímiles patrones nada compatibles con una niñez sana.
Siempre que se expone un fenómeno en los medios —casi nunca antes—, las personas suelen buscar culpables, y la escuela siempre está ahí para sostener sobre sus hombros todos los desvíos de los pequeños. Pero… ¿será de veras la escuela?
¿Acaso no somos nosotros, los padres, quienes compramos la ropa, les proporcionamos tablets, celulares y otros dispositivos, en los cuales, dicho sea de paso, ven DE TODO?
¿No somos nosotros quienes les permitimos salir y regresar a cualquier hora, sin averiguar siquiera por dónde andan y en qué compañía?, ¿o quienes ponemos en sus manos el dinero que luego emplearán quizás en cigarros o alcohol?
Sí, es difícil culparse, autoanalizarse. Mejor es buscar siempre las causas en lo ajeno: en la televisión con sus patrones no siempre adecuados; en la escuela, donde es mejor visto el niño con mejor mochila, zapatos y tablets; en la discoteca, donde solo existe la música vulgar.
Ahora pregúntese: ¿Quiénes ponen música en las fiestas de cualquier tipo? ¿No son padres? ¿Los encargados de montar las danzas y coreografías para los pequeños en las escuelas no tienen hijos, sobrinos, nietos…? ¿No tienen hijos los vendedores de drogas, de alcohol, de cigarros?
Un niño tiene personalidad propia, pero esta se construye de acuerdo con el medio que lo rodea. De nuestro comportamiento, manera de actuar y de tratar a los demás, el pequeño aprende. No se trata de prohibirlo todo, de guardarlos dentro de una burbuja. No. El niño necesita socializar, salir con sus amigos, pero a hacer cosas propias de su edad, como jugar o practicar deportes.
Un niño no debe andar por ahí con celulares inteligentes ni tiene por qué ir a la escuela exhibiendo el último grito de la moda. Desde esa edad es preciso enseñarles que, como reza en El Principito, “lo esencial es invisible a los ojos”. En nuestras manos está proporcionarles un mundo mejor, donde puedan disfrutar de su niñez

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