Cuando el primero de enero de 1959 los ecos de una Revolución triunfante
resonaban en cada rincón de Cuba, en el alma de los campesinos
reverdecía la más ansiada de sus esperanzas: ser dueños de su propia
tierra, despojarse del dominio de un terrateniente y tener siempre a la
mano algo para sustentar a la familia.
Miseria, desalojo, desnutrición y enfermedades, formaban parte de la
cotidianidad de quienes trabajaban bajo el ardiente Sol para llenar los
bolsillos de los dueños de inmensas extensiones de tierra, donde se
sembraba a conveniencia, sobre todo caña y tabaco, en función de
intereses monetarios y no de las necesidades de empleo y alimentación
del pueblo cubano.
Ya muchos habían escuchado sobre la Ley No. 3 o Ley Agraria del
Ejército Rebelde, promulgada por Fidel el 10 de octubre de 1958. Eso les
alentaba, pues proclamaba el derecho de los campesinos a la tierra, y
establecía la entrega de los títulos de propiedad a arrendatarios,
subcolonos, precaristas, colonos, aparceros y subarrendatarios, que
laboraban extensiones de cinco o menos caballerías en zonas liberadas
por el Ejército Rebelde.
Realidad antes del 59
Alquízar,
uno de los municipios más productivos en la actualidad, tenía en 1953
más de 3000 pobladores laborando en alguna de las ramas de la
agricultura. Pero solo 132 eran propietarios, de un total de 528
campesinos que laboraban bajo distintos regímenes de tenencia de tierra,
según el libro de historia de esa localidad, de la autoría del ya
fallecido historiador Ernesto Robayna Figueroa.
En las fincas, los campesinos trabajaban por lo que quisiera pagarles
el dueño. Había tiempo muerto, se sembraba según los intereses del
titular de la propiedad, y cada vez en menor cuantía, como en el caso de
la piña y el tomate, para favorecer la importación desde Estados
Unidos.
El tabaco, en su fase industrial y agrícola, era el renglón económico
fundamental del municipio. Su control y procesamiento estaba mayormente
en manos de un solo personaje: Severito Jorge.
A nivel nacional la situación era similar. Según una encuesta publicada
a finales de la década del '50 por la Agrupación Católica Universitaria
de Cuba, y referenciada por el historiador Ernesto Limia en Cubadebate,
la familia campesina cubana se alimentaba básicamente de arroz y
frijoles.
El estudio visualizaba la Ciudad de La Habana en extraordinaria
prosperidad, mientras los trabajadores agrícolas vivían en condiciones
de estancamiento, miseria y desesperación. La posesión de la tierra
estaba en manos de unos pocos, dueños de grandes fincas donde era
visible el desaprovechamiento del terreno, con áreas ociosas o dedicadas
excesivamente a la ganadería. A eso sumamos el monocultivo agrícola.
El desempleo en los meses de zafra azucarera era del 8.4 por ciento, y
en el llamado tiempo muerto (las tres cuartas partes del año) aumentaba
al 20-25 por ciento.
En el campo, decía el estudio, el 91% de las viviendas carecían de
electricidad y, la cuarta parte, de servicio sanitario alguno; el 14% de
los campesinos padecía o había padecido de tuberculosis pulmonar; el 36
por ciento se hallaba parasitado.
Informaciones de 1958 confirman que los latifundios estadounidenses
dominaban más de la mitad de la superficie total de Cuba, y el 48% del
área de cultivo del azúcar estaba en manos de solo 13 de sus compañías.
Era preciso entonces una revolución agraria dentro de la Revolución.
La alborada de la Revolución
El día 17 de mayo Fidel firmó la Ley de Reforma Agraria: de ese modo,
proscribió el latifundio y convirtió en propietarias a 150 000 familias
que antes pagaban por las parcelas donde cultivaban. Otras
200 000 resultaron beneficiadas mediante otras formas de posesión sin propiedad implícita.
Con la Reforma Agraria se abrió también el camino hacia el surgimiento y
extensión de nuevos cultivos, fuentes de materias primas para la
industria nacional y una garantía de alimentos para el pueblo.
Estableció, asimismo, la cooperativización de las tierras expropiadas e
indivisas bajo auspicio estatal. Surgieron las llamadas Sociedades
Agropecuarias o Asociaciones Campesinas, luego estructuradas en
Cooperativas de Créditos y Servicios (CCS), en las que los campesinos
miembros mantienen la propiedad individual sobre la tierra, pero se unen
para contratar determinados servicios, solicitar créditos y realizar
trámites.
Más tarde surgieron las Cooperativas de Producción Agropecuaria (CPA),
en estas los propietarios de la tierra y restantes medios de producción
deciden, bajo el principio de la voluntariedad, aportar dichos medios a
la cooperativa, y pasan a ser propietarios colectivos.
Ya en los años 90 surgieron las unidades básicas de producción
cooperativa, integradas por trabajadores con autonomía en su gestión y
administración de sus recursos. Como organización socioeconómica reciben
la tierra y otros bienes en usufructo indefinidamente, y poseen
personalidad jurídica propia.
Además, desde 2007 se procedió a la entrega de tierras agrícolas
ociosas en usufructo a personas naturales, una medida que ha
posibilitado que casi las tres cuartas partes del área cultivable en
Cuba estén en manos del sector no estatal.
Artemisa: paraíso del campesinado
Para explicar la diversidad de cultivos que matiza los campos
artemiseños, consultamos datos del último Anuario Estadístico de la
provincia. En 2016, 11 400 hectáreas estaban sembradas permanentemente
de plátano, frutas y cítricos.
Entretanto, la superficie agrícola generaba para las ventas totales del
sector agropecuario 121 100 toneladas de viandas, 37 800 de hortalizas,
4 100 de maíz y
14 700 de frutas, sin contar el resto de las producciones, lo destinado
a autoabastecimiento y la venta a los propios trabajadores.
Un vistazo aéreo a nuestra geografía permite comprobar la diversidad de
cultivos en todas las épocas del año. Aquí se dedican unas 47 000
hectáreas del área cultivable a la producción de alimentos, con tal de
satisfacer la demanda de las familias de los más de
17 000 campesinos asociados a la ANAP, y de aportar alimentos a los
pobladores de Artemisa y de la capital de Cuba, donde las producciones
artemiseñas tienen presencia permanente en los mercados.
Y no solo en cuanto a posesión de la tierra y aumento de las
producciones mejoró la situación: el acceso a la educación, la salud, a
créditos bancarios, al conocimiento científico en pos de mejorar los
rendimientos y las garantías de buenas semillas, son conquistas que la
Revolución acercó a los campesinos y sus familiares.
De modo que la tierra, uno de los seis problemas fundamentales que
padecía Cuba antes de 1959, es hoy un tema resuelto en Artemisa. Atrás
quedaron los años de explotación en nuestros campos. Por eso, cada
amanecer los campesinos, dueños de su tierra y su destino, salen al
surco a sacarle el máximo de provecho, en armonía también con el Medio
Ambiente, tal como les enseñó Fidel.
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