domingo, 25 de noviembre de 2018

Y entonces la tierra regresó a sus dueños

Cuando el primero de enero de 1959 los ecos de una Revolución triunfante resonaban en cada rincón de Cuba, en el alma de los campesinos reverdecía la más ansiada de sus esperanzas: ser dueños de su propia tierra, despojarse del dominio de un terrateniente y tener siempre a la mano algo para sustentar a la familia.

Miseria, desalojo, desnutrición y enfermedades, formaban parte de la cotidianidad de quienes trabajaban bajo el ardiente Sol para llenar los bolsillos de los dueños de inmensas extensiones de tierra, donde se sembraba a conveniencia, sobre todo caña y tabaco, en función de intereses monetarios y no de las necesidades de empleo y alimentación del pueblo cubano. 
Ya muchos habían escuchado sobre la Ley No. 3 o Ley Agraria del Ejército Rebelde, promulgada por Fidel el 10 de octubre de 1958. Eso les alentaba, pues proclamaba el derecho de los campesinos a la tierra, y establecía la entrega de los títulos de propiedad a arrendatarios, subcolonos, precaristas, colonos, aparceros y subarrendatarios, que laboraban extensiones de cinco o menos caballerías en zonas liberadas por el Ejército Rebelde.

Realidad antes del 59
Alquízar, uno de los municipios más productivos en la actualidad, tenía en 1953 más de 3000 pobladores laborando en alguna de las ramas de la agricultura. Pero solo 132 eran propietarios, de un total de 528 campesinos que laboraban bajo distintos regímenes de tenencia de tierra, según el libro de historia de esa localidad, de la autoría del ya fallecido historiador Ernesto Robayna Figueroa.
En las fincas, los campesinos trabajaban por lo que quisiera pagarles el dueño. Había tiempo muerto, se sembraba según los intereses del titular de la propiedad, y cada vez en menor cuantía, como en el caso de la piña y el tomate, para favorecer la importación desde Estados Unidos.
El tabaco, en su fase industrial y agrícola, era el renglón económico fundamental del municipio. Su control y procesamiento estaba mayormente en manos de un solo personaje: Severito Jorge.
A nivel nacional la situación era similar. Según una encuesta publicada a finales de la década del '50 por la Agrupación Católica Universitaria de Cuba, y referenciada por el historiador Ernesto Limia en Cubadebate, la familia campesina cubana se alimentaba básicamente de arroz y frijoles.
El estudio visualizaba la Ciudad de La Habana en extraordinaria prosperidad, mientras los trabajadores agrícolas vivían en condiciones de estancamiento, miseria y desesperación. La posesión de la tierra estaba en manos de unos pocos, dueños de grandes fincas donde era visible el desaprovechamiento del terreno, con áreas ociosas o dedicadas excesivamente a la ganadería. A eso sumamos el monocultivo agrícola.
El desempleo en los meses de zafra azucarera era del 8.4 por ciento, y en el llamado tiempo muerto (las tres cuartas partes del año) aumentaba al 20-25 por ciento.
En el campo, decía el estudio, el 91% de las viviendas carecían de electricidad y, la cuarta parte, de servicio sanitario alguno; el 14% de los campesinos padecía o había padecido de tuberculosis pulmonar; el 36 por ciento se hallaba parasitado.
Informaciones de 1958 confirman que los latifundios estadounidenses dominaban más de la mitad de la superficie total de Cuba, y el 48% del área de cultivo del azúcar estaba en manos de solo 13 de sus compañías. Era preciso entonces una revolución agraria dentro de la Revolución.

La alborada de la Revolución
El día 17 de mayo Fidel firmó la Ley de Reforma Agraria: de ese modo, proscribió el latifundio y convirtió en propietarias a 150 000 familias que antes pagaban por las parcelas donde cultivaban. Otras
200 000 resultaron beneficiadas mediante otras formas de posesión sin propiedad implícita.
Con la Reforma Agraria se abrió también el camino hacia el surgimiento y extensión de nuevos cultivos, fuentes de materias primas para la industria nacional y una garantía de alimentos para el pueblo.
Estableció, asimismo, la cooperativización de las tierras expropiadas e indivisas bajo auspicio estatal. Surgieron las llamadas Sociedades Agropecuarias o Asociaciones Campesinas, luego estructuradas en Cooperativas de Créditos y Servicios (CCS), en las que los campesinos miembros mantienen la propiedad individual sobre la tierra, pero se unen para contratar determinados servicios, solicitar créditos y realizar trámites.
Más tarde surgieron las Cooperativas de Producción Agropecuaria (CPA), en estas los propietarios de la tierra y restantes medios de producción deciden, bajo el principio de la voluntariedad, aportar dichos medios a la cooperativa, y pasan a ser propietarios colectivos.
Ya en los años 90 surgieron las unidades básicas de producción cooperativa, integradas por trabajadores con autonomía en su gestión y administración de sus recursos. Como organización socioeconómica reciben la tierra y otros bienes en usufructo indefinidamente, y poseen personalidad jurídica propia.
Además, desde 2007 se procedió a la entrega de tierras agrícolas ociosas en usufructo a personas naturales, una medida que ha posibilitado que casi las tres cuartas partes del área cultivable en Cuba estén en manos del sector no estatal.

Artemisa: paraíso del campesinado
Para explicar la diversidad de cultivos que matiza los campos artemiseños, consultamos datos del último Anuario Estadístico de la provincia. En 2016, 11 400 hectáreas estaban sembradas permanentemente de plátano, frutas y cítricos.
Entretanto, la superficie agrícola generaba para las ventas totales del sector agropecuario 121 100 toneladas de viandas, 37 800 de hortalizas, 4 100 de maíz y
14 700 de frutas, sin contar el resto de las producciones, lo destinado a autoabastecimiento y la venta a los propios trabajadores.
Un vistazo aéreo a nuestra geografía permite comprobar la diversidad de cultivos en todas las épocas del año. Aquí se dedican unas 47 000 hectáreas del área cultivable a la producción de alimentos, con tal de satisfacer la demanda de las familias de los más de
17 000 campesinos asociados a la ANAP, y de aportar alimentos a los pobladores de Artemisa y de la capital de Cuba, donde las producciones artemiseñas tienen presencia permanente en los mercados.
Y no solo en cuanto a posesión de la tierra y aumento de las producciones mejoró la situación: el acceso a la educación, la salud, a créditos bancarios, al conocimiento científico en pos de mejorar los rendimientos y las garantías de buenas semillas, son conquistas que la Revolución acercó a los campesinos y sus familiares.
De modo que la tierra, uno de los seis problemas fundamentales que padecía Cuba antes de 1959, es hoy un tema resuelto en Artemisa. Atrás quedaron los años de explotación en nuestros campos. Por eso, cada amanecer los campesinos, dueños de su tierra y su destino, salen al surco a sacarle el máximo de provecho, en armonía también con el Medio Ambiente, tal como les enseñó Fidel.

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