Kirila, Capitán, Papel
de bodega o profe son algunos de los apodos con que sus incontables
alumnos han definido a través de los años a Jorge Álvarez Álvarez, un
alquizareño inscrito por méritos propios en la historia de la pedagogía
cubana.
Descendiente de una familia donde se reitera el magisterio como
vocación, Jorge desde muy joven se incorporó a la escuela normal de
maestros de Guanajay luego de pasar por varios oficios, entre estos el
de ayudante de agrimensura en la Nicaro Nickel Company.
El triunfo revolucionario lo sorprendió en tercer año y no dudó en
responder afirmativamente al llamado del Comandante en Jefe Fidel Castro
para la formación de Maestros Voluntarios en Minas del frío. De
aquellos 11 días difíciles en el Oriente cubano lo recuerda todo. Fue
una preparación difícil, de vida en campaña y adaptación a las
condiciones en que después enseñarían a los miles de analfabetos de los
campos cubanos.
El 30 de agosto de 1960 marcó la fecha de graduación de ese primer
contingente donde también se formó su hermano René. Mientras otros por
decisión del Che fueron a administrar ingenios o estudiar Diplomacia, a
Jorge le correspondió seguir perfeccionándose como Maestro en un curso
de tres meses de duración en Ciudad Escolar Libertad, con profesores de
la talla de Raúl Ferrer y Herminio Almendros.
En un poblado de la Loma del Gato, perteneciente al central Francisco
(hoy Amancio Rodríguez), fue su bautizo de fuego. Allí había un
centenar de muchachos entre cinco y 15 años totalmente analfabetos. “Los
dividí en dos grupos: los pequeños venían por la mañana y los grandes
en la tarde, después de ayudar a sus padres en el corte de caña”,
cuenta.
En ese lugar estableció alianzas con los campesinos y recuerda
jocosamente cuánto aprendió también de ellos. “Fuimos a cortar madera
para hacer la escuela y no hice caso a las recomendaciones de ellos de
esperar que la luna estuviera en fase menguante. Cortamos como para
hacer dos escuelas, pero por más que hicimos, muchos palos acabaron
picándose. Hubo que ir dos veces”.
También allí enseñó a sus alumnos a vinculas estudio y trabajo. “Pedí
un pedacito de tierra contiguo a la escuela y sembramos maní, melón,
malanga, y luego repartíamos las cosechas en el pueblo”. Muy cerca de
allí, en San José II, terminó la Campaña de Alfabetización.
De esa época tal vez el recuerdo más nítido sea de su alianza
matrimonial con María Paulina Rodríguez Pereira, su compañera de vida y
de trabajo hasta la actualidad. Ella entonces era asistente de Círculo
Infantil, pero por necesidad en una de las escuelas donde él trabajó, y
con su propia asesoría, fue adquiriendo las herramientas para enseñar a
leer y escribir.
En muchos lugares del Oriente Cubano dejó esta pareja huellas de amor
y de enseñanza. Incluso Dalia María, la primogénita de esa unión,
conoció las aulas desde los primeros días de nacida, cuando dormía en
una hamaca rodeada de estudiantes y al lado de su madre que jamás
renunció a enseñar.
Cuando ya las batallas por la Alfabetización en los campos estaban
prácticamente libradas, regresaron a Alquízar y Jorge comenzó a laborar,
primero en escuelas de Güira de Melena y después en el propio
municipio, donde vivió la experiencia de enseñar a niños del campo en la
escuelita Leonor Pérez, ubicada en un lugar conocido como El Sopapo.
“Allí enseñé a muchos pequeños que todavía recuerdo con cariño.
Decían que a esa escuela apenas iban los maestros por la lejanía, pero
diariamente yo iba en mi bicicleta a llevarles los conocimientos y
motivarlos para el aprendizaje”.
Sí, porque la motivación y el respeto son claves en el librito de
este maestro. “Cada alumno merece un trato respetuoso, aunque en
determinado momento haya que hablarles más fuerte, pero siempre hay que
oírlos, ser amigo. Recuerdo un día que tuve que separar a dos muchachos
en una reyerta. Uno de ellos recibió dos nalgadas mías, pero nunca me
guardó rencor, todo lo contrario; lo cambiaron de escuela y pidió
expresamente ir para mi aula”.
Atractivo nunca faltó en sus clases, por eso evocaba a Kirila, un
personaje de las Aventuras, o les leía el cuento de Sissa, el inventor
del Juego de ajedrez, quien pidió al Rey tantos granos de trigo que ni
siquiera con sus riquezas podría complacerlo.
Tampoco faltó rigor, por eso cada vez que hacía una pregunta y no
recibía respuesta, les mandaba a investigar y escribir la respuesta
tantas veces fuera necesario, aunque nunca más de cinco, en un papel de
bodega, para preservar las libretas.
Amante primero de las matemáticas y ahora de la Historia, Jorge a sus
84 años no abandona el estudio ni renuncia a la necesidad de enseñar,
de ahí que transmita sus conocimientos a las nuevas generaciones ahora
unido a la Asociación de Combatientes en la localidad para impartir
conversatorios. Por estos días deleitará al auditorio con las
particularidades de la entrada de la columna invasora mambí a la
localidad y dialogará sobre el coronel Isidro Acea.
Reconocimientos, medallas y distinciones engrosan un expediente que
guarda también lo intangible: dedicación, entrega, amor a una profesión,
sentido del deber y mucha consagración. Mas el mejor de sus premios no
está allí: María y las tres hijas Dalia, Valia y Galia, junto a los
nietos y los incontables alumnos de ayer y hoy no caben en un álbum,
pero si en el corazón de este maestro alquizareño.
Algunos premios, distinciones y condecoraciones de Jorge
Medallas: De la Alfabetización, Rafael María de Mendive, Educador Ejemplar.
Distinciones: Maestro Voluntario Frank País, Por la Educación Cubana,
Jesús Menéndez, Combatiente de la Lucha Contra Bandidos, 40 Aniversario
de las FAR, Pepito Tey.
Diploma Maestro por la Patria 50 años de educación en Revolución
Premio Especial de la Ministra de Educación
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