miércoles, 31 de octubre de 2018

Siempre con la voluntad de educar

Kirila, Capitán, Papel de bodega o profe son algunos de los apodos con que sus incontables alumnos han definido a través de los años a Jorge Álvarez Álvarez, un alquizareño inscrito por méritos propios en la historia de la pedagogía cubana.

Descendiente de una familia donde se reitera el magisterio como vocación, Jorge desde muy joven se incorporó a la escuela normal de maestros de Guanajay luego de pasar por varios oficios, entre estos el de ayudante de agrimensura en la Nicaro Nickel Company.
El triunfo revolucionario lo sorprendió en tercer año y no dudó en responder afirmativamente al llamado del Comandante en Jefe Fidel Castro para la formación de Maestros Voluntarios en Minas del frío. De aquellos 11 días difíciles en el Oriente cubano lo recuerda todo. Fue una preparación difícil, de vida en campaña y adaptación a las condiciones en que después enseñarían a los miles de analfabetos de los campos cubanos.
El 30 de agosto de 1960 marcó la fecha de graduación de ese primer contingente donde también se formó su hermano René. Mientras otros por decisión del Che fueron a administrar ingenios o estudiar Diplomacia, a Jorge le correspondió seguir perfeccionándose como Maestro en un curso de tres meses de duración en Ciudad Escolar Libertad, con profesores de la talla de Raúl Ferrer y Herminio Almendros.
En un poblado de la Loma del Gato, perteneciente al central Francisco (hoy Amancio Rodríguez), fue su bautizo de fuego. Allí había un centenar de muchachos entre cinco y 15 años totalmente analfabetos. “Los dividí en dos grupos: los pequeños venían por la mañana y los grandes en la tarde, después de ayudar a sus padres en el corte de caña”, cuenta.
En ese lugar estableció alianzas con los campesinos y recuerda jocosamente cuánto aprendió también de ellos. “Fuimos a cortar madera para hacer la escuela y no hice caso a las recomendaciones de ellos de esperar que la luna estuviera en fase menguante. Cortamos como para hacer dos escuelas, pero por más que hicimos, muchos palos acabaron picándose. Hubo que ir dos veces”.
También allí enseñó a sus alumnos a vinculas estudio y trabajo. “Pedí un pedacito de tierra contiguo a la escuela y sembramos maní, melón, malanga, y luego repartíamos las cosechas en el pueblo”. Muy cerca de allí, en San José II, terminó la Campaña de Alfabetización.
De esa época tal vez el recuerdo más nítido sea de su alianza matrimonial con María Paulina Rodríguez Pereira, su compañera de vida y de trabajo hasta la actualidad. Ella entonces era asistente de Círculo Infantil, pero por necesidad en una de las escuelas donde él trabajó, y con su propia asesoría, fue adquiriendo las herramientas para enseñar a leer y escribir.
En muchos lugares del Oriente Cubano dejó esta pareja huellas de amor y de enseñanza. Incluso Dalia María, la primogénita de esa unión, conoció las aulas desde los primeros días de nacida, cuando dormía en una hamaca rodeada de estudiantes y al lado de su madre que jamás renunció a enseñar.
Cuando ya las batallas por la Alfabetización en los campos estaban prácticamente libradas, regresaron a Alquízar y Jorge comenzó a laborar, primero en escuelas de Güira de Melena y después en el propio municipio, donde vivió la experiencia de enseñar a niños del campo en la escuelita Leonor Pérez, ubicada en un lugar conocido como El Sopapo.
“Allí enseñé a muchos pequeños que todavía recuerdo con cariño. Decían que a esa escuela apenas iban los maestros por la lejanía, pero diariamente yo iba en mi bicicleta a llevarles los conocimientos y motivarlos para el aprendizaje”.
Sí, porque la motivación y el respeto son claves en el librito de este maestro. “Cada alumno merece un trato respetuoso, aunque en determinado momento haya que hablarles más fuerte, pero siempre hay que oírlos, ser amigo. Recuerdo un día que tuve que separar a dos muchachos en una reyerta. Uno de ellos recibió dos nalgadas mías, pero nunca me guardó rencor, todo lo contrario; lo cambiaron de escuela y pidió expresamente ir para mi aula”.
Atractivo nunca faltó en sus clases, por eso evocaba a Kirila, un personaje de las Aventuras, o les leía el cuento de Sissa, el inventor del Juego de ajedrez, quien pidió al Rey tantos granos de trigo que ni siquiera con sus riquezas podría complacerlo.
Tampoco faltó rigor, por eso cada vez que hacía una pregunta y no recibía respuesta, les mandaba a investigar y escribir la respuesta tantas veces fuera necesario, aunque nunca más de cinco, en un papel de bodega, para preservar las libretas.
Amante primero de las matemáticas y ahora de la Historia, Jorge a sus 84 años no abandona el estudio ni renuncia a la necesidad de enseñar, de ahí que transmita sus conocimientos a las nuevas generaciones ahora unido a la Asociación de Combatientes en la localidad para impartir conversatorios. Por estos días deleitará al auditorio con las particularidades de la entrada de la columna invasora mambí a la localidad y dialogará sobre el coronel Isidro Acea.
Reconocimientos, medallas y distinciones engrosan un expediente que guarda también lo intangible: dedicación, entrega, amor a una profesión, sentido del deber y mucha consagración. Mas el mejor de sus premios no está allí: María y las tres hijas Dalia, Valia y Galia, junto a los nietos y los incontables alumnos de ayer y hoy no caben en un álbum, pero si en el corazón de este maestro alquizareño.
Algunos premios, distinciones y condecoraciones de Jorge
Medallas: De la Alfabetización, Rafael María de Mendive, Educador Ejemplar.
Distinciones: Maestro Voluntario Frank País, Por la Educación Cubana, Jesús Menéndez, Combatiente de la Lucha Contra Bandidos, 40 Aniversario de las FAR, Pepito Tey.
Diploma Maestro por la Patria 50 años de educación en Revolución
Premio Especial de la Ministra de Educación

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